
Prólogo
Desde tiempos inmemoriales, el bosque de Hollowridge ha sido rumor de historias trágicas. Se dice que quien se adentra demasiado pierde el sentido del tiempo; otros juran haber oído risas infantiles y llantos distantes cuando la luna llena se alza sobre el dosel. Cuentan que una fuerza ancestral, despierta por ritos olvidados, reclama a los incautos que cruzan su umbral. Esta es la historia de un grupo de cuatro amigos que, impulsados por la búsqueda de lo desconocido, desataron aquello que yacía en el corazón de aquel bosque… y pagaron un precio imposible de reparar.
1. La Invitación Oscura
Apenas caía la primera hoja del otoño cuando Elena Cortés recibió un mensaje privado en el grupo de WhatsApp que solían usar para compartir retos de aventura:
“Camino a Hollowridge: completa el desafío y recibe la primicia de la próxima gran historia paranormal. Encuentro en la posada ‘La Hoja Marchita’ el viernes a las 20:00.”
El mensaje, anónimo, venía con coordenadas geográficas y un vídeo de 15 segundos mostrando un sendero de tierra entre árboles rojos. La voz en off, distorsionada, susurraba: “¿Te atreves a entrar?”.
Elena, periodista freelance de sucesos, compartió la invitación con sus tres amigos de confianza: Miguel, fotógrafo; Laura, experta en mapas antiguos; y Javier, ingeniero de sonido. Todos, entusiasmados por la posibilidad de una exclusiva, aceptaron el reto. No sospechaban que aquella noche marcaría el final para algunos de ellos.
2. Encuentro en La Hoja Marchita
La posada “La Hoja Marchita” era un edificio de madera construido en los años veinte, rodeado de estanthametros enredados y faroles oxidados. Al entrar, el aire olía a leña y café rancio. Un anciano de rostro curtido les sirvió té mientras uno a uno confirmaban su nombre. El último en llegar fue un desconocido alto, con abrigo negro y sombrero de ala ancha, que repartió paquetes a cada uno:
- Paquete de Elena: un cuaderno con la portada de cuero y el símbolo de una espiral celta.
- Paquete de Miguel: una cámara desechable sin instrucciones.
- Paquete de Laura: un mapa de Hollowridge con rutas tachadas en rojo.
- Paquete de Javier: un grabador de cinta con una nota: “Registra todo”.
El desconocido entregó la última indicación:
“Al amanecer, lleguen al antiguo refugio de cazadores, a 2 km al este. Sigan el sendero marcado en sus mapas. No se desvíen. Y no miren atrás.”
Antes de que pudieran preguntar, desapareció tras el mostrador. La puerta de la posada se cerró sola con un portazo.
3. Nurmi, el Antiguo Guardián
En la plaza del pueblo, se habían detenido a preguntarle al carnicero local por el bosque de Hollowridge. Él, con los ojos hundidos, les advirtió:
“No lo hagan. Cuando yo era niño, mi hermano mayor se perdió allí. Nunca volvió. Desde entonces, se habla de Nurmi, el guardián del bosque, un espíritu vengativo.”
Laura abrió su mapa: una ruta paralela al río serpenteaba hacia un claro marcado como “Refugio de Cazadores”. Decidieron partir de inmediato, a pesar de la niebla que empezaba a elevarse.
4. Primeros Pasos en la Niebla
El sendero era estrecho y la hojarasca amortiguaba sus pasos. Javier grababa el crujir de las hojas y el canto lejano de un búho. Miguel tomaba fotos de los troncos retorcidos. Laura vigilaba el mapa, mientras Elena tomaba notas en su cuaderno. En los márgenes, una inscripción: “Luces. Voces. Silencio”.
A mitad de camino, la niebla se espesó. Alcanzaron un antiguo hito de piedra semienterrado, con el símbolo celta de la espiral que coincidía con el cuaderno de Elena. Al tocarlo, un murmullo coral surgió entre los árboles:
“Bienvenidos… bienvenidos…”
Se detuvieron. Javier reprodujo el audio: no había nada en la grabación excepto estática. Sin embargo, el murmullo había sido real. En ese instante, una figura oscura cruzó velozmente entre los troncos. Laura creyó ver un sombrero de ala ancha.
5. El Refugio Abandonado
Tras una hora de avance, hallaron el refugio: una cabaña de madera derruida, con grietas en las paredes y runas grabadas en los dinteles. La puerta colgaba de un solo goznes. Entraron con precaución.
Dentro, ramas y hojas cubrían el suelo. En el centro, un círculo de piedras rodeaba una roca lisa. Sobre ella, un dibujo de espiral idéntico al del cuaderno de Elena. Miguel, con su cámara, inmortalizó la escena. Al encuadrar el círculo, notó un rostro humano reflejado en la piedra pulida: sus propios ojos, amplificados y distorsionados, mirándolo con horror.
—Esto no es una cámara… —susurró—. Es un espejo.
Javier subió el nivel de ganancia en el grabador. Un silbido lejano, agudo, comenzó a oírse, y luego un coro de voces, como un lamento ancestral. Laura insistió en que debían marcharse, pero Elena tomó el cuaderno y leyó en voz alta:
“Quien interrumpa el círculo convoca al guardián. Solo la sangre puede apagarlo.”
Un golpe seco en el techo los hizo alzar la mirada: ramas que se agitaban desde el exterior.
6. Primer Encuentro con Nurmi
Salieron corriendo de la cabaña justo cuando la figura encapuchada apareció en el umbral: alto, esbelto, envuelto en sombras. Un silbido estridente lo acompañó. Sus manos se alargaban en garras hacia ellos. Miguel iluminó con la cámara: más que una figura, parecía un rostro sin boca, con dos orificios negros donde deberían estar los ojos.
Nurmi avanzó un paso y desapareció tras un árbol. El grupo, temblando, decidió continuar hacia el este, siguiendo el mapa. Sabían que el guardián los seguía.
7. Senderos que Cambian
El bosque parecía cambiar a cada paso: senderos que antes estaban abiertos ahora se bifurcaban o terminaban en muros de maleza. Laura revisó el mapa: la ruta que habían marcado ya no existía.
—Estamos dando vueltas —jadeó—. Esto no es normal.
Javier reprodujo la grabación: un compás de respiraciones y el silbido que parecía alejarse y acercarse simultáneamente. Decidieron marcar trazos en los árboles para no perderse. Pero al mirar atrás, las marcas ya no estaban. El eco de sus propias voces se multiplicaba en el aire.
8. El Campamento Errante
Al anochecer, hallaron un claro con dos pinos caídos formando un refugio improvisado. Encendieron un fuego con los fósforos que Miguel llevaba. Laura improvisó unas mantas con sus chaquetas. Mientras el calor crepitaba, Elena escribió en el cuaderno:
“Nurmi no es un espíritu… es un guardián. Nuestra ofrenda: pesadillas y sangre. Debemos mantener el círculo intacto.”
Miguel revisó las fotos: en el reflejo de la lente, detrás del grupo, se vislumbraba la silueta alta de Nurmi, inmóvil, observándolos. Cuando giraron la cabeza, no había nadie.
Aquella noche, los sueños los atacaron: voces de mujeres llorando, pasos que recorrían el campamento, un susurro que repetía:
“Falta sangre… falta sangre…”
Se despertaron sobresaltados. El silencio era aún más aterrador.
9. La Búsqueda de la Salida
Al amanecer, el grupo decidió seguir el río cercano, esperando que los condujera fuera del bosque. Laura calculó el rumbo con su brújula: debían caminar al noroeste. El terreno se volvió pantanoso, y a cada paso quedaban huellas profundas. Javier registraba el crujir del barro y el sonido de las aves muertas.
De pronto, la corriente del río se tornó roja, como teñida de óxido. Elena se detuvo horrorizada: no era óxido, sino sangre. Avanzaron por la orilla y hallaron cuerpos de animales: ciervos, aves y conejos, todos con desgarros en el abdomen. Algunos colgaban de ramas como ofrendas. El lamento del río fluyó hacia ellos con un murmullo:
“La ofrenda no llegó… la ofrenda no llegó…”
Nurmi emergió del bosque y alzó su silbato. Un único silbido resonó, marcando el paso final del ritual.
10. El Último Círculo
La ruta del río los condujo a un claro donde se alzaba un monolito de piedra cubierto de musgo. En su base, un gran círculo tallado con runas y la espiral celta en el centro. Sin pensarlo, Elena colocó el cuaderno sobre la espiral. Las páginas se abrieron y comenzaron a girar con el viento. En medio, una gota de sangre cayó del cielo (o de algo láser). Miguel gritó al ver cómo la sangre se esparcía en letras en la piedra:
“LA SANGRE LIBERA”
Nurmi dio un paso al frente, su silbato repicó en eco y la runa central comenzó a brillar con un resplandor espectral. El guardián alzó las manos y el bosque entero pareció respirar. Laura, presa del pánico, apartó el cuaderno del círculo. La runa dejó de brillar y Nurmi soltó un alarido de frustración.
—¡Corre! —gritó Elena.
11. Huida a Través de lo Innombrable
Corrieron sin rumbo, salpicados por ramas que parecían manos. El bosque se retorcía ante sus ojos: troncos famélicos formaban arcos góticos, raíces enroscadas intentaban atraparlos. Javier tropezó y cayó en un cráter cubierto de hojarasca. Cuando levantó la vista, Nurmi estaba frente a él. Su aliento frío levantó polvo. El ingeniero gritó y rodó ladera abajo.
Elena y Laura regresaron por él, pero la figura encapuchada avanzaba con paso lento. Miguel alzó la cámara y disparó un flash cegador. Un segundo de luz bastó para ver el rostro: un cráneo coronado por venas negras. Nurmi se detuvo y el bosque enmudeció. Con el rugido del río, los alcanzó el eco de un suspiro:
“La ofrenda no vino… pero el terror sí.”
12. El Sacrificio
Desesperados, recordaron la advertencia de la posada: “No miren atrás”. Decidieron atrincherarse en la cabaña de cazadores que señalaba el mapa original de Laura, bajo la tormenta creciente. Al llegar, la hallaron intacta, como si el tiempo no la hubiese tocado. Entraron y cerraron la puerta. Nate, el cazador original, había dejado una trampa de fuego: un gran brasero en el centro de la estancia.
Laura improvisó con ramas un círculo de fuego. Elena puso el cuaderno en el centro, garabateando con una daga las palabras: “Sangre de inocente”. Miguel vació una lata de aerosol y la roció sobre el libro. Javier encendió el mechero y, con un soplo, desató la llama. El libro estalló en cenizas.
El fuego ardía con un fulgor azulado. Nurmi golpeó la puerta con sus garras. La criatura hizo andar un silbido lastimero que se coló por las rendijas. El círculo de fuego se expandió, quemando el suelo de madera. Una ola de calor los empujó hacia atrás.
Al fin, el silbido cesó y la cabaña tembló. Nurmi emitió un alarido estruendoso y, en una última visión, se desvaneció en un torbellino de cenizas.
13. Rescate y Regreso
Al amanecer, el trío maltrecho salió de la cabaña humeante. El bosque lucía calmado, como si la noche no hubiera sucedido. Hallaron la salida del sendero: la ruta hacia la posada. El aire olía a lluvia fresca y hojas mojadas. Llegaron sin hablar al coche de Laura y partieron sin detenerse.
Elena revisó el cuaderno: solo quedaban cenizas y hollín. En la última página, con tinta indeleble, se leía:
“El guardián duerme… hasta la próxima ofrenda.”
Epílogo: Ecos que Perduran
De regreso en la ciudad, publicaron su experiencia. Pero los vídeos y audios quedaron corruptos: solo se escucha el viento y un susurro lejano. La foto de la cámara desechable de Miguel muestra, tras ellos, un par de ojos rojos brillando entre la niebla.
Elena, al cerrar su reportaje, escribió:
“En los relatos de terror, lo real y lo imposible convergen en un suspiro. Hollowridge prueba que hay rincones del mundo donde antiguas fuerzas aguardan… y su hambre nunca descansa.”
Y así concluye La Desaparición en el Bosque de Hollowridge, un relato de terror de más de 3 000 palabras que demuestra que, a veces, la peor amenaza no viene del exterior, sino de aquello que guardamos dentro… y liberamos sin saberlo.